La revolución energética de la forja hidráulica

La energía hidráulica permitiría a finales del siglo XI, mediante una nueva innovación tecnológica también basada en el rueda hidráulica, la mejora de la forja del acero. Con la introducción del agua para golpear el acero en el proceso de forja, se consiguió que el hierro no fuera tan puro, ya que esta tecnología facilitaba la mezcla con el C del carbón vegetal incandescente. Esta mejora en el golpeo aprovechando la energía hidráulica era el que facilitaba la mezcla del hierro incandescente con el C de las brasas del carbón vegetal, lo que permitió conseguir así acero más resistente y ligero en cantidades mucho más importantes que en las forjas manuales, que funcionaban desde la transición del bronce al acero, unos 1.500 años a. C.

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El hecho de que las piezas de hierro fueran ahora más grandes, más baratas y más ligeras favoreció que a lo largo del siglo XII se fueran desarrollando y extendiendo arados cada vez más potentes con rejas de hierro más fuertes y tirados por animales herrados. Los nuevos arreos y formas de uncir los arados y aperos, además de los avances en la selección genética de los animales de tiro, que redundaron en la consecución de animales más robustos y fuertes, hicieron posible que estos animales herrados desarrollaran su trabajo con mayor eficacia y potencia.

De esta manera, las herrerías movidas por agua se generalizaron en Europa entre los siglos XI y XIII, dando lugar a la primera gran revolución energética derivada del uso humano de herramientas, por el que algunos historiadores denominan a esta etapa Primera Revolución Industrial. Esta revolución energética basada en arados, herraduras y herrerías hidráulicas multiplicó la producción agrícola, lo que desembocó en un importante aumento de la población.