Pensando en la huella

Problemática de las grandes superficies.

Cada vez está más de moda comprar en grandes centros comerciales, donde tenemos numerosas tiendas de distintas marcas y una gran variedad de productos para escoger, además, estos centros facilitan estacionamiento gratuito y la posibilidad de llevar a cabo actividades de ocio (cafeterías, cines, centros de juego para los niños, etc.), de tal forma que ya no se trata de cubrir una necesidad (comprar una serie de productos que necesitamos), sino de pasar el tiempo libre de una forma diferente. Pero... ¿qué repercusiones tiene esta forma de ocio-consumo?

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Por un lado, está el impacto derivado de la construcción de esos edificios, ya que normalmente no se reutilizan edificios existentes, sino que se crean unos nuevos, de considerable tamaño, en los cuales se gastan no sólo dinero sino también gran cantidad de materiales y de energía. Esta energía va a emplearse tanto en la producción primaria de esos materiales como en su transporte al lugar de la edificación y en la construcción del centro..

Por otro lado, tenemos el elevado gasto energético que exige el funcionamiento de toda esa infraestructura. Son edificaciones en las cuales hay numerosos focos de iluminación, calefacción y aire acondicionado, etc. para garantizar el máximo confort de las personas que los visitan, confort que se traduce en malgasto de energía.

Por último, debemos tener en cuenta el impacto provocado por las personas que van a hacer uso de ese centro o que van a trabajar en lo mismo. Dado que, por regla general, estas edificaciones están algo alejadas de los centros de las ciudades, es frecuente que las personas que las visitan vayan en coche, provocando así un gasto energético considerable y totalmente evitable.

La solución... Estos grandes centros comerciales son totalmente prescindibles; siempre tenemos la opción de comprar esos mismos productos u otros de uso similar en tiendas integradas en nuestra ciudad o villa. Yendo a pie a esas tiendas no sólo se favorece el ahorro energético, sino que también se facilita la creación de lazos comunitarios y se les da vida a los barrios.

Las grandes cadenas de distribución comercializan productos de todas partes del mundo, transportándolos a grandes distancias, y ejercen un gran poder sobre los productores, de tal forma que son ellas las que imponen las condiciones de trabajo, los precios etc., y además promueven a un modelo de consumo desmesurado.

Frente a esto, las pequeñas tiendas de barrio tienen, por regla general, productos más locales, ajustan los pedidos a los hábitos de la clientela (de tal forma que es poco frecuente que tengan que deshacerse de alimentos), tienen más productos a granel (evitando así embalajes innecesarios) y, al ser más pequeñas, tienen que llegar a acuerdos en los precios con las personas productoras, acuerdos que son más justos para todas las partes que en el caso de las grandes cadenas de distribución.

También existen grupos o cooperativas de consumo responsable que les dan prioridad a los productos locales ecológicos y al contacto directo con las personas productoras, eliminando así intermediarios. En ocasiones, tienen tienda con un precio diferente para los socios y para los no socios.

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